¿ A quien votamos ?


Algo muy habitual se apoya en una paradoja: Criticamos con frecuencia que los gobernantes son malos e incompetentes, pero los hemos elegido nosotros, por tanto intervenir en la función del gobernante, equivale a suponer, que nosotros antes hemos sido incompetentes al elegirlos.
Elegir a políticos honestos y competentes, no debiera ser algo superior a nuestra capacidad. A esto deberíamos dedicamos los electores, debemos estudiar a nuestros candidatos como personas, ponderando bien las acciones y sus palabras, sin dejamos deslumbrar por la retórica de un político.
Debíamos estudiar los partidos y sus principios, lo cual incluye el estudio de sus realizaciones en el pasado, tanto en si mismas como en relación con el principio que profesan.
Es fundamental que estudiemos si son personas sinceras, si hacen honor a la verdad, o por el contrario se apoyan en la mentira, en la falsedad y en los intereses de partido, para mantenerse en el poder.
Es hora de examinar el rumbo que sigue la vida de nuestro país, pues si todos no somos expertos en política, debiéramos de tener el olfato necesario para juzgar, si el cuerpo de la política está sano y cada vez va mejor, o si está enfermo y va empeorando.
No podemos juzgar de los procesos, pero si hacemos cargo de si el producto es el que deseamos, y el que necesita nuestra sociedad para vivir en armonía.
A la hora de votar, la obligación del voto, lleva consigo de prepararse para votar. Quien no se toma esta molestia, no puede luego lamentarse de que las cosas no marchan bien.
La democracia, no es una formula mágica, que transforma en decisiones prudentes la ignorancia de lo que está pasando en el país.
El deber de cada ciudadano en una democracia, no solo se reduce a elegir, llega más lejos, debe llegar a crear una atmósfera de salud moral, en la que tiene que actuar el gobernante que se elija. Si esto no se hace de nada servirá el interés por votar.
Es la opinión pública el mejor medio para hacer llegar a otros, el proyecto ideal para el país. Pero donde la opinión publica tiene verdadera fuerza, es en establecer las normas de lo justo y de lo injusto, de lo que se puede y no se puede tolerar, y mantenerlas con firmeza, para que el gobernante no tenga más remedio que obrar conforme a ellas.
Si la opinión pública, sobre el fraude político, la mentira y la falsedad, fuera tan clara que un político convencido de este delito, se viera obligado a desaparecer de la vida política, los casos de inmoralidad política serian muchos menos.

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